Wednesday, December 28, 2011

Mi abuelito

No tiene tanto que no veía a mi abuelito, será quizás hace un año o ya más. Tiene 89 años pero muchos recuerdos de esos años se le han ido escapando. Muchas veces parece perdido y confunde a personas y situaciones: vive el presente y el pasado al mismo tiempo. Hace dos años murió una de sus hijas, mi tía Dolores, y él estaba ahí, pensando que velábamos a su mujer, a mi abuelita que murió hace 10 años. Ese día nos preguntaba molesto por qué mi tía Lolis no estaba presente, por qué no estaba ahí para velar a su madre y se sorprendió mucho cuando le dijimos que era a ella a quien velábamos. Él estaba reviviendo la triste escena en que velaba a su mujer, a su Güera querida. Después de la cremación, como era lógico, mis primas se llevaban las cenizas de su mamá y mi abuelito protestó preguntando que adónde se llevaban a su mujer. Volvía a creer que ese día estábamos ahí por mi abuelita y no por mi tía Lolis.

Este fin de semana lo vimos y notamos que cada vez está más perdido, quizá sea también que la historia de nuestra familia es un poco complicada, de menos para él.
El día de navidad nos preguntaba a mí y a mis hermanos por mi mamá, preguntaba a qué hora iba a llegar y nosotros le respondíamos que no vendría, que ella estaba en el D.F.
– ¿Y qué hace ahí?
– Ahí vive.
– ¿Pero que no salió con tu papá?
– Ella es María, no es nuestra mamá.
– ¿Ah, no? Mmm, pues yo fuí hombre de una sola mujer.
Y esta conversación tuvo lugar por lo menos 3 veces esa misma noche. Y qué risa, porque nos daba risa. De repente esa perdida de memoria parece comedia hasta que se repite una y otra vez hasta que se transforma en algo más bien patético. Pero nosotros seguíamos riendo pues el repertorio de disparates seguía creciendo.
No sólo no recordaba quién era mi mamá, en algún punto del lunes dijo recordar que ella había muerto y que incluso él había asistido al funeral. Tampoco recordaba que mis hermanos y yo no vivíamos en Zumpango sino en el D.F. y durante cuatro días tuvimos que explicarle que viviámos en la Ciudad de México cerca de Perisur. También tuvimos que explicarle que éramos hijos de Roberto, su hijo y él incrédulo nos veía.
– ¿Y tú de quién eres hija?
– De Roberto, abuelito.
– ¿Ah, sí? ¿Y tú?
– También, abuelito.
– ¿Y tú también?
– Sí, abuelito.
– ¿Y la muchacha que vive ahí? (Mientras señalaba la puerta de un cuarto).
– Ah, Valeria. No, ella es nada más hija de María.
– Bueno, hasta eso tu papá no es mala persona.


No sé qué tanto sabrá de mi o de mis hermanos la próxima vez que lo vea, no sé qué tan perdido lo vaya a encontrar, qué tanto haya que responder una y otra vez a preguntas que no podría considerar necias y agregaría que espero algo, pero no sé qué esperar. Acaso pueba esperar que me siga habalndo de las sinfonías de Bethoven, de Glenn Miller, de cómo los Beatles llegaron a arruinar la música y de la deliciosa cocina de mi abuelita a quien por desgracia el Señor ya se llevó.

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